Mariajosé Gallardo en el CAAC: Non sine sole iris
Por Marcos Fernández
SEVILLA – Las distancias que la historia ha creado a través del lujo y la opulencia son cada vez más estrechas, hasta el punto en el que la globalización del yo poseo dilapida el significado aristocrático y totalitario que solía tener, cerrando estratos y creando una pirámide de privilegios tan inútil como decadente.
Las subculturas han marcado el pulso cardíaco en este organigrama de apariencias, para someterlo a una exclusividad hermética, donde la vanidad y la soberbia son la principal fuente de inspiración de un ego que reclama estímulos -de unas miradas fáciles- por la inercia indirecta del brillo y, que en otras latitudes, resulta tan indiferente como adquisitivamente atractivo, como unívoca manera de contenerla con elegancia y pulcritud.
Esa es la dirección que nos interesa. Una que cicatriza el trazado de lo popular a través de las marcas y los bienes de consumo, a través de un pseudobarroquismo de ironía y contradicciones, de grandilocuencias estéticas caducas a través de un revisionismo desfasado y básicamente estrambótico: eso que solemos conocer como soez, arrabalero o, simplemente, hortera.
La mala intención o, más bien, la deformación perversa de engalanar lo vulgar, se convierte en el extremo opuesto de la sublimación de la sencillez propuesta en los 60 por Channel, obteniendo un modelo de chabacanería simbolizada como residuo, desecho del quiero y no puedo y la eterna lucha por aparentar.
Ahora en el CAAC, y con el título “Non sine sole iris”, Mariajosé Gallardo genera su universo desde el caos simbólico y desde las complejidades formales, dentro del ciclo “Más allá de la figura”.
Su trabajo está ligado al mundo de la ilustración, el cómic y la estilización publicitaria donde, se ponen en manifiesto, la condición del sexo femenino y masculino como catalizador de un barroco expansivo, retórico y preciosista, a través de la visión sobre la ostentación, la exuberancia, las insignias y lo quimérico, que responden al amasijo perverso de idearios como el del baluarte sexual en la historia, lo cortesano, el punk, el de la locura, el pop o el de los asesinos en serie o, como podemos ver en la actualidad, cercanos a un expansivo modo de entender las clásicas cámaras de las maravillas,Kunstkammer o Wunderkammer que se dirían en alemán: logia del pensamiento y del arrebato del coleccionismo de antaño como si se tratara de una alucinación rescatada bajo el peso encefálico de un salacot descontextualizado y de la exploración de los hitos culturales que, durante los siglos XVI y XVII, se convirtieron en la principal baza victoriosa de la conquista del mundo.
Los gabinetes de curiosidades eran los lugares en los que durante la época de las grandes exploraciones y descubrimientos, se coleccionaban y se exponían una multitud de objetos raros o extraños que representaban todos o alguno de los tres reinos -vegetal, anima y mineral- de la naturaleza, con la categorización temática de artificialia, naturalia, exotica y scientifica.
En general, en los cuartos de maravillas se exponían las curiosidades y hallazgos procedentes de nuevas exploraciones, o instrumentos técnicamente avanzados, como por ejemplo en el caso de la colección de objetos del zar Pedro el Grande. Debido a ello, tuvieron un papel fundamental en el despegue de la ciencia moderna aunque, aparte, reflejaran las creencias populares de la época, por lo que no era anormal encontrarnos el esqueleto de seres mitológicos o documentos que ponían en manifiesto la existencia de dragones o monstruos imposibles, por ejemplo. La edición de catálogos, generalmente ilustrados, permitían un acceso al contenido para los científicos de la época, como podemos ver en el frontispicio de “Musei Wormiani Historia” mostrando el cuarto de maravillas de Ole Worm, ese coleccionista y físico danés que vivió entre los años 1588 y 1655.
Los cuartos de maravillas desaparecieron durante los siglos XVIII y XIX. Los objetos considerados más interesantes fueron reubicados en los museos de arte y de historia natural que se comenzaban a crear, siendo los antecesores directos de los museos actuales. Recientemente, hemos podido ver a propósito un amago, desde el punto de vista que se materializó en el Museo del Prado, con la propuesta “Historias Naturales. Un proyecto de Miguel Ángel Blanco”, con distancia lógicas en el sentido, pero con analogías históricas muy determinantes.
La acumulación iconográfica a la que nos tiene acostumbrada la extremeña, nacida en 1978 en Villafranca de los Barros, es una completa yuxtaposición de valores producidos mediante un glosario preciso, que amontona en base de sus capacidades, no sólo plásticas, y que presenta desde la tradición ornamental andaluza y desde la incontinencia creativa: elementos esotéricos, emblemas, símbolos, relicarios, motivos religiosos, ex-votos y la recurrente heráldica.
La artista siempre ha trazado una línea muy consecuente sobre los hechos que, desde la opulencia y el bling, transmiten una razón más allá de las dualidades andróginas y el perpetuo adorno, ese que se ensortija y enreda al cuello en forma de perlas y de oro blanco, como vestíbulo de la hegemonía caduca del poder y la postrimería de las modas.
Si el decálogo de esta artista se nutre de las tesis urbanas cosmopolitas, del carácter social del lujo y su inserción sobre las capas más bajas del intelecto -y de las subculturas-, un espectro cromático ha de verse compensado por una fuente de luz ya que, sin Sol, no hay arcoíris.
La exposición de Mariajosé Gallardo, “Non sine sole iris”, se inaugura esta misma tarde, día 19 de diciembre, y podrá verse hasta el 20 de abril en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla, coincidiendo con la inauguración en el mismo museo de “A partir de Figura. Una posible lectura de los 80”.
Pulsa aquí para ver el vídeo que Canal Sur ha emitido al respecto.
Más info: es.blouinartinfo.com