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MJG. La niña que olía a fresa ácida

MJG. La niña que olía a fresa ácida. Iván de la Torre Amerighi. ABC Cultural 04

Ésta es la historia: la niña que olía a fresa ácida ha crecido y se nos ha hecho artista. Mira tú por donde. Ya desde pequeña, se entretenía ensamblando objetos absurdos e inútiles, y, cuando pintaba, lo hacía con vivos y brillantes colores, aunque nada pareciera demasiado claro. Andados los años decidió estudiar. Y entonces, antes incluso, abrió sus ojos y por ellos entraron, al galope, todo el arte barroco, lo kitsch y lo hippy, la liturgia preconciliar, el Op-art, el Aduanero Rousseau, Jesucristo Superstar, Cucchi y Guston, las mantillas y mantones, Yu Youhan, Gilbert and George, Duane Hanson, la retícula vegetal islámica, Quintero, León y Quiroga, el arte de género, Juan Lacomba y Fede Guzmán, Eurovisión, la Richard Chanin Foundation… Todo lo mezcló en la batidora del recuerdo y la mirada: se bebió el líquido y se comió la batidora. En la joven Sala Maravillas, Gallardo (Vca de los Barros, Badajoz, 1978) hace profesión de Fe- así, con mayúsculas- artística. Y para ello presenta credenciales con obras pictóricas excesivas y epatantes, donde el óleo aporta la táctil suciedad, el esmalte, la brillantez y el papel adhesivo reflectante, el imprescindible soporte. Así nacen obras como “Deluxe Honeymoon in Seville”, “Casanova non stop o zumo de tomate” o la magnífica “Potrillos o cómoda desde la ortodoxia”. La mirada no es ensimismada y sí autorreferencial, porque éste es un recorrido autobiográfico no de lo vivido, sino de lo visto y sentido. Todas las absurdas situaciones que nos rodean están aquí: plusmarquistas sexuales, concursos de misses, bienales y documentas, anatemas religiosos, reality shows, el falso glamour o las sucesiones dinásticas que tanto acongojan nuestros corazones. Todos menos dos- “Cortacabelleras” y “Casanova”, que alcanzan otra dimensión más misteriosa-, adoptan el esquema de un emblema, de escudo taumaturgo que protege y alecciona. El hecho de que todo parezca una broma no significa que lo sea. La artista toma muy en serio su labor. Ser caníbal con el arte precedente, y gamberro, con la situación actual, es una postura loable, lógica y de futuro. Quizá falte todavía algo de madurez en las instalaciones escultóricas; algo que con el tiempo, sin duda, se encargará de enderezar. Por el contrario, lanzar una mirada crítica e irónica sobre el perfil banal del arte y la sociedad sin caer en la frígida banalidad es ya un gran logro. Entre los extremos sólo hay un paso. No todos aguantan esa tensión. Por ello sorprende el interesante hecho de encontrarnos ante un lenguaje tan propio, consolidado.