“Pinta lo que te dé la gana”
“Pinta lo que te dé la gana”
Bodegones, retratos cortesanos de princesas rubias, morenas y pelirrojas, guerreras, cazadoras, amazonas y animales: monos, guepardos, leopardos, elefantes, etc, muebles con pequeños retratos, reliquias, conchas, fósiles, esqueletos y animales disecados…y así un largo etcétera de elementos distribuidos en lienzos de diferentes formas y tamaños. A la cabeza de este abigarrado mundo y en el lado izquierdo de la primera sala de la exposición encontramos una mujer rubia de pelo largo y rasgos afilados que nos mira desafiante. Está vestida con una chaqueta verde de tipo militar muy decorada: pájaros, bellotas, diamantes, corazones, etc… también guantes de cuero, pantalones con tachuelas y botas a la altura del tobillo, un tigre a sus pies y otro tras un ciervo en una escena de caza a su derecha en un paisaje visto desde una ventana. Del conjunto nos llama la atención lo que la mujer sostiene en una de sus manos, un arcoíris y sobre su cabeza el lema: Non sine sole iris, sin sol no hay arcoíris.
Non sine sole iris es el título que recibió uno de los retratos más conocidos de Isabel I de Inglaterra atribuido a Isaac Olivier (principios del siglo XVII), en donde aparece la reina con el arcoíris y el mismo lema, y es también el nombre que recibe la muestra que Mariajosé Gallardo nos presenta en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo hasta el 20 de abril.
¿Por qué Mariajosé elige como referencia esta simbología?, ¿porque es, como parece, un símbolo de poder? ¿o porque quiere señalarnos algo que va algo más allá de esa primera lectura? Sabemos que Isabel I reinó Inglaterra durante cuarenta y cuatro años y que fue y es conocida como “la reina virgen”. Quizás aquí, en el hecho de que se la recuerde de esta manera es donde podría encontrarse el primer señalamiento que nos hace la pintora, haciéndonos pensar y preguntarnos acerca de la tan arraigada costumbre de asignar (y normalizar) roles a las mujeres que no se cuestionan y se mantienen con el paso del tiempo. Isabel I no se casó y aunque hubo insistentes llamadas para ello por parte del parlamento nunca las aceptó. Cuando otro opta por escoger lo que no está establecido, lo que no es “normal”, apartándose así de lo socialmente estandarizado, lo vivimos como algo amenazante, especialmente si ese otro es mujer: sabemos cómo a lo largo de la historia se han ido fraguando leyendas y mitos -con sus correspondientes representaciones- sobre ellas que continúan perviviendo en nuestro imaginario.
Mariajosé se cuestiona esto, y lo hace desde el mismo título de la exposición, y su imagen emblemática, hasta en la elección de esas princesas que presenta mirando al espectador con cara de pocos amigos, escapando así de una representación de la mujer acorde a un canon de belleza al que estamos acostumbrados y con el que nos sentiríamos más cómodos. Aquí no hay una belleza amable, idealizada, no hay cuerpos exuberantes y femeninos; estas mujeres están a medio camino entre lo masculino y lo femenino, en una indeterminación/dualidad que nos interpela y desconcierta.
Con un “Pinta lo que te dé la gana” a modo de invitación y a modo de declaración de principios en una pieza que está situada en la esquina derecha de la primera sala, se nos indica que, efectivamente, Mariajosé pinta lo que le da la gana y que los elementos que se recogen en la muestra están ahí porque la artista nos quiere hacer partícipe de su mitología individual, personal, de su genealogía, e inevitablemente nos está hablando de cuál es su posicionamiento y su mirada crítica hacia algunos aspectos de la sociedad y de la historia, sobre todo en relación con la mujer. Posicionamiento que, -a tenor de lo expuesto anteriormente en cuanto a la indeterminación/dualidad con que la artista impregna toda su obra, especialmente en la representación de las imágenes femeninas-, deberíamos considerar como uno de los argumentos fundacionales de la pintura de Maríajosé y no aventurarnos a hacer un reduccionismo al uso e interpretar su obra en clave meramente feminista.
La muestra recoge más de 50 lienzos llevados a cabo ex profeso para ella, colocados a modo de instalación en dos espacios. El primero de ellos, y al que hemos hecho referencia, se encuentra en la antigua antesala del despacho del rey y en él encontramos una disposición de las obras que nos recuerda a las wunderkammer o a las cámaras de las maravillas. Estas, consistían en gabinetes con todo tipo de objetos “exóticos” o “raros” y fueron muy populares sobre todo en la época de las exploraciones geográficas (S.XVI-XVII), permite a la artista por sus compartimentos colocar y contextualizar muchos de los elementos que se recogen y también nos remite a un aspecto muy importante para ella, su identificación con este espacio, siendo muy consciente de dónde está mostrando su trabajo, el Monasterio de la Cartuja (edificio actual del CAAC), conjunto monumental de marcada significación en los descubrimientos de nuevos mundos (y sus tesoros) y la expansión colonial.
La otra parte de la muestra se expone en la antigua sacristía de la capilla de Afuera, aquí encontramos otro guiño más por parte de la artista al lugar: numerosos lienzos de distinto tamaño que ahora nos presenta con pájaros, peces, retazos de anatomías…, y en los que resaltan el bruñido y los reflejos del oro como fondo, rodean a otra virgen, la de la Encarnación (escultura del siglo XVII), distribuidos a la manera de media luna y que nos lleva a evocar los retablos del barroco.
La contradicción/fricción de elementos contrapuestos o no del todo coherentes entre sí, es uno de los procedimientos que la artista utiliza para introducirnos su mundo. El espectador experimenta un camino de ida y vuelta en su enfrentamiento con las obras de la artista: ésta nos ofrece su mitología individual, su genealogía, su mundo más personal mediante elementos tan reconocibles que puede llevarnos –erróneamente- a pensar que captamos su intencionalidad, sus posibles significados, pero a la vez a causa del carácter simbólico y emblemático que poseen, amén de su profusión y distribución, experimentamos múltiples reclamos que nos provocan infinitud de posibles y una vez más, indeterminadas relaciones e interpretaciones; y es en esa constante dualidad (lo personal a través de lo reconocible, lo reconocible/definido con posibilidad de innumerables relaciones…) donde se mueve y reside parte de la
importancia de este trabajo. Un trabajo personal, figurativo y a primera vista reconocible por todos pero a la vez rodeado de misterio.
Y aunque estemos ante una pintura cargada de significados y de cierta carga crítica, la obra no sólo no renuncia a su sensualidad, sino que apuesta por ella. Sensualidad que se manifiesta en la diversidad y la combinación de colores, la mayoría de ellos en tonos pasteles sobre fondos oscuros (en la primera sala) y en el uso de los dorados que nos recuerdan al pan de oro utilizado en la pintura bizantinos y en los retablos barrocos en las obras de la Capilla de Afuera. A todo ello podríamos añadir además, el uso de la fina pincelada que nos muestra hasta el último detalle en los elementos ornamentales: tejidos, cabellos, plantas, y nos habla de una característica minuciosidad, precisión y mimo que ha estado siempre presente en el trabajo de Mariajosé.
No es del todo fácil apostar hoy por una práctica artística como es la pintura y más aún si se tiene que decir tantas cosas tal y como esta exposición pretende decirnos. Hay una rasgo definitorio en la obra de Mariajosé que reside en la negación muy consciente de asumir la pintura tal y como la concebían los formalistas. Recordemos que Greenmberg (1940), se posicionaba contra la pintura narrativa argumentando que la pintura no debería esconderse tras la representación de objetos y cosas y que debería ceñirse al medio que le es propio (la superficie) y contar con su limitación (la bidimensionalidad). La artista no sólo es que rete estos principios al mostrarnos una obra figurativa cargada de significados, sino que da un paso más allá al cubrir como cubre las paredes, al cómo ha dispuesto los lienzos sin solución de continuidad, a los diferentes tamaños y formas elegidas, terminando en definitiva por desbordar y llevar la pintura más allá del marco e incluso de los muros de las salas, que casi desaparecen. Toda la alteración que esto provoca del orden visual y de la percepción de la obra pictórica hace que nos encontremos con un trabajo mucho más efectivo y afectivo.
Es casi imposible concluir un trabajo acerca de la muestra de esta artista, siempre quedarán cuestiones, ideas, para pensar/repensar, reflexionar, gozar… Es por ello por lo que deberíamos volver a la frase de pinta lo que te dé la gana ya que quizás sea lo que mejor defina esta exposición y en general el trabajo de Mariajosé. Su fuerza, su importancia, su valor… reside en que nos podamos enfrentar y disfrutar su obra también como nos dé la gana.
Blanca del Río.
Marzo 2014